Yves Saint Laurent/by Javier Arroyuelo / para Wipe, Buenos Aires, Julio 2008
Yves Saint Laurent se ha ido, en este mes de junio. Tenía 71 años. Había dejado la haute couture en el 2002, tras protagonizar la saga de la moda en un permanente primer plano a lo largo de más de cuatro décadas. Era, junto a Hubert de Givenchy, el último couturier según los cánones de la tradición francesa, forjada en el siglo xx.
Surgió en 1958, como precoz heredero de Christian Dior, en una sociedad y dentro de un sistema de valores elitistas que, para bien o para mal, hoy forman irrevocablemente parte del pasado. Pero, en complicidad con Pierre Bergé, su partenaire, supo reinventarse como el mas conspicuo y alabado de los diseñadores que negociaron el pasaje de aquel mundo remoto a esta segunda modernidad en la que vivimos. Fue joven justamente en el momento en el que la juventud se impuso como referencia absoluta y llevó el brío, la chispa y la desinhibición de la época a las esferas de la moda y del lujo. Recíprocamente, a través del prêt-à-porter promovió con gran sagacidad el acceso de un mayor número de gente a la moda y a una cierta forma de lujo.
Hallazgos suyos tales como el tailleur pantalón, el gabán marinero, la chaqueta saharienne, el smoking para mujer, el mameluco, las prendas étnicas, marcaron de manera notable los años Sesenta y Setenta. Poseía el sentido de la concisión y el gusto por el impacto que l’air du temps requería. Y había incorporado a su DNA los códigos por los que se regía el París elegante – es decir que respetaba las jerarquías del gusto - lo ‘sublime’, lo ‘divin’, lo chic, lo divertido. No casualmente se retiró declarando que no tenía ya mas nada que ver con aquello en lo que la moda se había convertido. En 1971 posó desnudo para su primer perfume para hombres y a partir de la mitad de los Setenta inició una serie de colecciones teatrales, opulentas, alimentadas por sus ambiciones artísticas y ya no por el fantástico frenesí de la moda. En 1983, el Metropolitan de New York le dedicó una muestra restrospectiva. Había pasado de la vida al museo.
Pero en 1995 propuso una colección de otoño-invierno casi íntegramente en negro, estupenda de imaginación controlada. Justamente, para despedirlo, el color justo es, a mi juicio, el negro. Aunque no como expresión de luto sino como emblema vivo de su creatividad. Cuando nuestra memoria recorre el vasto repertorio YSL, son siempre los atuendos en negro lo que surge como la expresión más pura y acabada de su manera de concebir el traje, aún teniendo en cuenta los colores vehementes, acoplados con audacia y sentido del espectáculo, con los que se se acostumbra asociar su nombre y su griffe. En negro Saint Laurent creó imágenes y momentos de moda memorables y genuinamente modernos que por si solos justifican el alto rango que alcanzó.
Al retirarse, había elegido concluir su desfile de adiós, una recorrida exhaustiva por toda su carrera, con un impresionante pasaje de smokings, negros naturalmente. Fueron exactamente treinta y tres mujeres, de silueta afilada y decidida sobre sus tacos aguja, concisa y a la vez lujosa cada una con su propia versión de la prenda masculina de etiqueta que Yves Saint Laurent se dedicó a feminizar, a lo largo de más de treinta años, con mano y ojo sutiles y seguros, transformándola en el arquetipo final y absoluto de su idea del vestido.
No hubo una sola etapa de su fértil itinerario que no estuviera marcada por el signo fetiche del negro, al que dió un status de híper-color, llevándolo –forzándolo casi- a la más grande ductilidad. Incluso en sus colecciones temáticas – la ópera, Rusia, China, España, África o la de los Años Cuarenta - deliberadamente teatrales y de máximo impacto cromático, no faltaron nunca los modelos en negro que sintetizaban el concepto y trascendían la mera espectacularidad. En negro las ideas y las líneas se clarificaban y uno podía admirar lo más espléndido de su talento de couturier.
Dijo una vez: "Una mujer feliz es una mujer con una falda negra, un pull-over negro, un bijou fantasía y a su lado un hombre que la ama”. Le agradeceremos siempre un consejo tan elegante y tan generoso – y todo lo demás.