En la escena de la frivolidad mundana del siglo pasado, Porfirio Rubirosa, amante seis estrellas prototipo del play boy en versión Latin Lover, es una de las figuras mas notorias y brillantes. A cada época el Casanova que se merece. Este, que no dejó Memorias, pertenece a un tiempo que se nos aparece hoy casi tan remoto como la Venecia del Siglo XVIII. Un tiempo en que no se conocían aún ni la píldora anticonceptiva ni el sida ni el Viagra. Otro siglo, verdaderamente.

Cumplió su ciclo ante el ojo público – ascensión, esplendor y breve declinar- entre los años Treinta y los Sesenta, cuando las gacetas de chismes, que era donde quedaba registrada su saga en devenir, no podían permitirse los abusos de la prensa-basura de hoy en día. A pesar de ello, se supo urbi et orbe que tenia por arma secreta de seducción masiva una virilidad digna del cine porno. Y no obstante su itinerario triunfal de gigoló de alto vuelo haya sido narrado según las convenciones de la comedia rosa y no obstante sus varios apologistas –amigos entrañables, numerosas ex todas igualmente agradecidas, admiradores, émulos- hayan siempre destacado ciertas virtudes mundanas como el encanto y la caballerosidad, el nombre de Porfirio Rubirosa (cuyo apodo, no por nada, era ‘Toujours Prêt’) quedará eternamente asociado a la proeza erótica.

En un momento en que se busca a destructurar y recomponer la noción colectiva de masculinidad y se quiere creer que el machismo ha pasado definitivamente a los archivos ¿ qué ecos, qué imágenes puede despertar Porfirio Rubirosa con su nombre inefable da cancionista tropical y su estampa de matador de salón chic?

El hombre, nos dicen y repiten, era irresistible, un concentrado (medía un metro setenta y cinco) de puro magnetismo erótico detrás de una fachada de modos impecables. Las mujeres literalmente lo asediaban. Reconocían en él instintivamente, biológicamente podría decirse, la pareja soñada. Y fueron precisamente las mujeres quienes hicieron la fortuna de Porfirio Rubirosa, fueron las mujeres la otra palanca que lo elevó a la cima.

Los detalles de su carrera no resultan siempre agradables, para decirlo con un eufemismo. Había nacido en la República Dominicana, uno de los modelos reales del estereotipo de la ‘banana republic’, caída en 1930 en manos de Rafael Trujillo, quién devendría a su vez en el estereotipo, terrible, del dictador latinoamericano corrupto y cruel. De Trujillo, Rubirosa fue primero el protegido, luego el yerno, y en fin, tras un breve alejamiento, el cómplice. No parece que haya tenido el culto de la democracia. Representó muy oficialmente su país ante la Alemania de Hitler y la Argentina de Perón, con un stop intermedio en la París de la ocupación nazi. Atmósfera entre, si se quiere, "Casablanca", "Gilda" y "Notorious".

A cada etapa correspondió una mujer. Flor de Oro Trujillo tenía diecisiete años cuando el Capitán Rubirosa se dejó atrapar por ella y la desposó a pesar del furor primordial del suegro, el Benefactor de la Patria dominicana.

En Paris tocó turno a la bella y burbujeante Danielle Darrieux, su primera estrella de cine. Tiempo de polo en Ile-de-France, de sol en la Costa Azul, de noches en Montecarlo.

Tras cuatro años de hechizo matrimonial, apareció Doris Duke, otro estereotipo ambulante más: era la “Richest Little Girl in the World” original, huérfana a los doce años, heredera única de los miles de millones de la colosal American Tobacco, promovida luego sin sorpresa alguna al rol de 'mujer más rica del mundo'. Fuerte personalidad, gusto afirmadísimo, gran amateur de obras de arte, muebles y objetos extraordinarios (su magnifica colección fue a la venta en Christie’s New York hace solo semanas, en los primeros días de junio 2004), la Duke, exquisita pero no bella en el sentido clásico y con mas de un toque de excentricidad, se encontraba en el vértice de la pirámide social cuando se permitió el capricho de casarse con Porfirio. Las crónicas aseveran que estaba sinceramente enamorada de su play boy caribeño. La love story duró un poco menos de dos años, ciclo canónico durante el cual, según ciertos especialistas, una pasión se enciende, explota y se extingue para dar lugar a algo más reposado y más reflexivo.

En el caso de Rubi, el divorcio dio lugar a interesantísimas compensaciones (un avión privado, una mansión en Paris, una importante suma en líquido) y poco después a Barbara Hutton, colega de Doris en el rubro millonaria y como ella por herencia, en su caso de la cadena de grandes tiendas Woolworth’s. La diferencia residía en que mientras Doris Duke parece haber llevado siempre el control de su vida, la pobre Barbara pasaba lo mejor, si puede decirse, de su tiempo de desbarajuste en sobresalto, sin haber jamás conocido la serenidad. Alcohol, drogas, cinco matrimonios fracasados, un intento de suicidio –el todo implacablemente explotado por la prensa; no existen fotos que no la muestren melancólica y frágil. Del Barón Von Cramm había divorciado tras haberlo sorprendido en los brazos de otro hombre. Las ilusiones suscitadas por Rubi el supermacho deben haber sido inmensas.

Pero entre una capitalista y la siguiente Rubi había sido seducido por una mujer bien diferente: ZsaZsa Gabor, excesiva y platinada, puro producto del Hollywood de los Cincuenta. Las bodas de Rubi no interrumpieron nunca el affaire que ellos llevaban. Tras cincuenta y tres días de matrimonio Barbara y Rubi divorciaron, al costo (a cargo de ella, cela va sans dire) de tres millones y medio de dólares. Se calculó que Rubi había sido pagado –en moneda de la época- 66,000 dólares por día, o 2 750 dólares la hora – incluidas las transcurridas con Zsa Zsa.

Se atribuyeron por otra parte a Rubi centenares de aventuras, como corresponde, a menudo con actrices famosas como Ava Gardner, Kim Novak y Jayne Mansfield, otras extremadamente improbables como la leyenda de una historia con Eva Perón.

A los cincuenta y seis años se enamoró perdidamente de una starlette francesa, Odile Rodin, de encantadores diecinueve años. Todo el entourage comprendió inmediatamente que se trataba de amor del bueno: Odile no tenía un centavo. La crónica registró satisfecha la felicidad de la pareja. No les faltaba nada, salvo el montón de dinero necesario para la manutención del estilo Rubirosa. Hay quién dice que, desalentado, Rubi no tardó en comenzar a planificar un divorcio seguido de un nuevo matrimonio fructuoso.

No se sabrá nunca, como en las telenovelas. A las ocho de la mañana del 5 de julio de 1965, después de una de las acostumbradas largas noches de celebraciones en varios locales nocturnos de Paris, estrelló su Ferrari contra un árbol de la avenida de la Reina Margarita, en el Bosque de Boulogne. Murió en la ambulancia que lo transportaba al hospital.

Nightclubs y champagne, señoras estupendas, aviones privados y potentes autos sport; smokings, trajes a rayas, atuendos de polo y de piloto de carrera: el estilo Rubirosa marcó con fuerza todo un momento y no ha terminado de fascinar a algunos. Pero es definitivamente "passé". Hay en cambio un aspecto del personaje que lo vuelve perfectamente e inesperadamente actual. En una época en que el cine, la publicidad, las tendencias, apuntan hacia la afirmación del hombre como 'homme objet’, mercadería sexual, muñeco fantasma del placer físico, no cabría ver en Rubi un auténtico pionero?

Publicado en L'Uomo Vogue, 2004 – Traducido del italiano y adapatdo por el autor

© Javier Arroyuelo

por Javier Arroyuelo